El Hormiguero es una fundación ubicada en el corregimiento del Manzanillo, específicamente en la vereda El Pedregal, que desde el año 2014 le apuesta a la transformación comunitaria con un enfoque de paz, a través del arte, la cultura y la pedagogía.
Fue el artista plástico Daniel Bustamante, quién junto a otros voluntarios, luego de una situación crítica de violencia que afrontó la vereda producto de las fronteras invisibles y las disputas por territorio, tomó la iniciativa de crear un espacio donde la comunidad, en especial niños y jóvenes, pudieran recibir talleres gratuitos en torno a la música, el baile y otras expresiones artísticas, todas con una línea temática enfocadas a la paz.
El corregimiento del Manzanillo fue uno de los más afectados durante la época de violencia que vivió el municipio. En un pasado no tan lejano, en la primera década del siglo e inicios de la segunda, Itagüí llegó a tener cerca de 400 muertos al año, cifra que lo convertiría en uno de los territorios más peligrosos del país. Desde hace unos años producto de una fuerte estrategia en seguridad, el número de homicidios ha bajado drásticamente.
“Nosotros queríamos compartir de alguna manera los diferentes conocimientos que tenemos entorno a las artes. Luego de que termina la guerra hubo un momento muy incierto e intranquilo donde la gente no confiaba en nadie. Nosotros iniciamos haciendo un esténcil de hormigas negras y la gente comenzó a pensar que nosotros éramos un grupo paramilitar llamado las hormigas negras. Nos tocó hacer claridades de todo tipo, ir a las iglesias y hablar, contar quiénes éramos” comenta Daniel.
Color de Hormiga
Tres años después de comenzar a trabajar con la comunidad y a pesar del periodo de calma que vivía el municipio, en los habitantes del sector aún predominaba la sensación de inseguridad “había acabado de pasar un momento muy coyuntural y la gente realmente no confiaba en nadie”, explica Bustamante.
Fue en ese momento que los voluntarios de El Hormiguero decidieron intervenir espacios por donde no transitaba la comunidad. El primero fue una ruta que comunica las veredas El Progreso y El Pedregal; un camino solitario compuesto por 300 escalas donde predominaba la maleza y que, por la sensación de inseguridad del lugar, los habitantes no usaban, aunque tuvieran que dar la vuelta por la carretera para llegar a su destino.
“Decidimos limpiar todo el lugar, lavamos y pintamos todas las escalas. A cada una le pusimos una palabra que resignificara ese espacio, entonces en vez de guerra colocábamos paz, claridad, amor, palabras más positivas y lo que pasó fue que la gente empezó a transitar por ahí y hasta el día de hoy se conserva la ruta, aunque no están las pinturas porque el agua se las llevó”, nos cuenta Daniel.
A partir de esta acción “El Hormi” inició una investigación de memoria histórica de la mano de Sara Castañeda, historiadora y voluntaria de la fundación. Entrevistaron a las personas más antiguas de la vereda, hablaron con los fundadores e investigaron en archivos escritos y fotográficos que existían en diferentes bibliotecas en torno a la conformación de ese territorio.
“Nos acercamos a las familias fundadoras y a las casas de los líderes comunales para que nos contaran como nació la vereda, cómo fue la conformación del territorio. Ellos como buenas familias paisas nos recibían con almuerzo y alguito y a partir de ahí iniciábamos unas largas conversaciones donde nos contaban historias y nosotros tomábamos nota de todos esos relatos y memorias paisajísticas”, explica la historiadora.
A partir de ello nació Color de Hormiga, un festival en el que durante una semana 12 artistas nacionales e internacionales intervinieron espacios a través de murales que pretendían resignificar los lugares y las historias del territorio.
“Luego de esa recolección de información- comenta Sara- nos reunimos con los artistas que invitamos y les contamos todos los relatos del paisaje, mitos y leyendas e historias que nos habían contado los habitantes del sector. Fue muy bonito porque cada que íbamos contando algo los artistas se emocionaban y escogieron las historias porque se enamoraban de ellas o se sentían identificados”
Antes del festival los artistas se reunieron con las familias dueñas de los muros que iban a intervenir y les manifestaron la interpretación artística que ellos habían hecho de las historias que escogieron y que iban a pintar en sus fachadas, “hubo una verdadera conexión entre los artistas y las familias”, agrega Sara.
En total fueron 12 los murales que quedaron luego del festival, sin embargo, después siguieron llegando artistas que querían pintar en la vereda. A la fecha el sector cuenta con 39 murales y la fundación tiene como meta hacer el festival Color de Hormiga cada 2 años. Además de los artistas invitados, el festival contó con más de 100 voluntarios entre los niños y jóvenes que asistieron a los talleres y los habitantes del sector, dueños y vecinos de los muros que serían intervenidos.
“Fue muy bonito– comenta Daniel- porque durante esa semana dábamos más de 100 almuerzos al día, las madres nos ayudaban haciéndolos y los papás nos ayudaban consiguiendo las escaleras, fue una integración comunitaria muy fuerte.”
Rostros de los fundadores de la vereda como un homenaje a su labor, frases en torno al arte y la paz y otras ilustraciones, conforman los murales que, en su mayoría, se encuentran a lo largo de la única vía principal que tiene El Pedregal y algunos pocos en Calatrava, Los Gómez y El Ajizal.
Como una estrategia para generar sentido de pertenencia con los murales, en agosto y septiembre de 2017 la fundación realizó varios recorridos guiados y gratuitos donde contaban la historia de cada mural y el contexto al qué hacían referencia.
“Esta estrategia nos dio gran resultado, a la fecha ninguno de nuestros murales está dañado o rayado, la gente los respeta absolutamente, no pegan carteles y si alguien pega la misma gente los quita para cuidar el mural. Dejamos de hacer los recorridos porque nuestra intención principal era difundir lo que se hizo y que la misma gente del barrio lo conociera. En algún momento pensamos hacer una especie de tour, en el que la gente pagara e hiciera el recorrido, en ese momento no nos funcionaba porque teníamos pocos murales, ya ahorita tenemos 39 y van a ser más, pero –aclara Daniel- queremos que los recorridos los hagan lo mismos líderes comunitarios y que si hay un ingreso, sea para ellos, porque nosotros no tenemos una intención lucrativa más que sostenimiento”
Este año se realizará la segunda versión del festival en el primer puente de julio. La intervención se realizará especialmente en El Ajizal y Los Gómez, en esta ocasión el tema será la memoria del territorio resaltando las historias del presente contadas por los jóvenes que habitan estos sectores, que han trabajado por la comunidad y han trascendido la época de violencia.
Un lugar de puertas abiertas
La casa en la que se encuentra ubicada la sede principal de El Hormiguero, ha sido la misma desde su fundación. En un inicio Daniel prestaba las llaves del lugar a todo aquel que no tuviera espacio para dictar sus talleres o trabajar su arte. Ahora la fundación cuenta con talleres propios que son dictados por voluntarios. Música, teatro, artes visuales, rap y hasta cocina hacen parte de las propuestas pedagógicas del “El Hormi” para niños, jóvenes y adultos.
Si bien los talleres son hasta las 7:00 p.m. u 8:00 p. m, la fundación permanece 24 horas abierta “alguna vez se nos dañó la chapa de la casa y nunca la arreglamos, desde entonces cualquiera puede abrir la casa cuando quiera. Hasta ahora nunca se nos ha perdido nada, la comunidad nos conoce y nos cuida” especifica Daniel.
Los talleres son gratuitos y están disponibles no solo para los habitantes de El Pedregal, sino también para los vecinos de los demás sectores. Para inscribirse a los talleres basta con ir directamente a la fundación y manifestar su interés en participar. De igual manera quien quiera dictar un taller puede acercarse y presentar su propuesta pedagógica.
Más información en El Hormiguero Fundación Cultural