Son las 3:00 p. m. de un miércoles, la actividad comercial de la Mayorista ya está muriendo, en el bloque 26 ya casi todos los negocios están cerrados o sin clientes, pero a los alrededores de la puerta 5 se empiezan a situar personas que parecen estar esperando algo.
A las 3:30 p.m. justo al frente de esa puerta parquea una camioneta blanca que tiene en su volco más de 13 ollas. Apenas llega el automotor, las personas comienzan a aglutinarse a un lado del mismo. De la puerta del copiloto sale una mujer de estatura mediana, tez trigueña y pelo corto, vestida con un camibuzo blanco con mangas negras, jean, botas verdes y que tiene en su mano una bolsa llena chicharrones que va repartiendo mientras que abraza y saluda la gente con emoción.
Se trata de María Ensueño Arias Moreno, más conocida como “La Churris”, una habitante del barrio San Pío X de Itagüí que desde hace 35 años se dedica a dejar la barriga llena y el corazón contento de coteros, comerciantes, conductores y habitantes del Valle de Aburrá e incluso de otros países, que llegan a la Central Mayorista con hambre y en busca de un buen plato de comida a un precio económico.
¿Qué le sirvo mi amor?, ¿le echo más?, ¡ya lo voy a atender mi cachetón!, ¿si quedó llenito?, son las palabras que se le escuchan a “La Churris” mientras que atiende a quienes arriman donde ella buscando saciar su paladar.
La comida no es servida en un restaurante lujoso, su lugar de trabajo es el volco de la camioneta, una carreta, una carpa blanca y sillas que sitúa alrededor, pero la comida es espectacular, así lo afirma Patricia Patiño, una habitante del barrio San Joaquín de Medellín, que desde hace un año descubrió a “La Churris” y desde entonces busca con frecuencia almorzar donde ella.
“Todo lo que venden acá es delicioso, la lengua es rica, la carne de sancocho, el chicharrón y lo mejor, todo lo que ella hace es con un cariño horrible”, expresa Patiño.
María Ensueño vende platos desde los 3.000 hasta 12.000 pesos, eso sí, la sopa y los fríjoles son gratis para el que va a comprar y para el que no tiene un peso, como dice ella.
Tiene variedad de comidas, lengua sudada, posta, carne molida, carne desmechada, papa sudada, carne de sancocho, oreja, espaguetis, entre otras.
Aunque “La Churris” llega tipo 3:30 a. m., realmente comienza a trabajar desde las 11:00 p. m. del día anterior. Durante lo que queda de la noche y la madrugada prepara los alimentos, se acuesta más o menos a 5:00 a. m. y se levanta otra vez a las 8:00 a. m. a para dejar todo listo.
Desde que llega a la Central Mayorista, “La Churris” se dedica a servir y servir un plato tras otro, se le ve caminar con apuro del volco a la carreta y de la carreta al volco, siempre entrega cada comida con una palabra cariñosa a su comensal y aunque ese es su trabajo y su sustento, se le olvida cobrar.
“Yo le digo a mi esposo, amor yo donde tuviera plata llenaría todo esto de comida y que coma toda la gente, que coman bastante, que queden llenos, a mí no me importa la plata, yo sirvo y yo no soy pendiente qué se comió cada uno, eso queda en la conciencia de ellos”, dice “La Churris”.
Su gran coequipero es su compañero de vida, Carlos Vera, quien una vez al ver que su esposa atendía tantos clientes y no cobraba, decidió unírsele para ayudarle con el manejo del dinero, porque de no ser así, “La Churris” hubiese quebrado desde hace años producto de su espíritu bondadoso y servicial.
“Acá la mayoría de la gente es honesta y paga, pero no falta el que come y no da nada, por eso yo le ayudo, porque a ella solo le importa que queden llenos y contentos, pero se necesita dinero para poder que los siga alimentando”, cuenta Vera.
¿Por qué tiene ese apodo?, porque cuando estaba empezando, que vendía solo café, chocolate y pan, para cobrarle a sus clientes les decía amor, muñeco y churricito y debido a eso todos le empezaron a decir “La Churris”.
“Ella es una de las mejores personas que he conocido, nos quiere a todos como unos hijos, está pendiente de uno y ya hasta sabe qué es lo que a uno le gusta. En ningún lugar atienden tan bien, uno se siente como en casa”, señala David Pérez, un trabajador de la Mayorista.
Y es que la plaza es su segundo hogar, dice que la ama y tiene mucho que agradecerle y que solo se irá de allá cuando la echen o cuando los huesos y la edad no le den para más.