Si para algo ha servido esta cuarentena es para demostrar que vivimos en un ritmo frenético que nos está matando. Y no hablo precisamente del covid-19 (que ya es “la” covid-19). A mayo de 2020, hay más de 4 mil millones de usuarios de correo electrónico en el mundo. Antes de la cuarentena se enviaban alrededor de 306 mil millones de correos todos los días. Hoy se estima que mandamos 190 millones de e-mails por minuto.
Pero no es solo eso, también cada minuto 1.300.000 personas están entrando a Facebook, cerca de 700.000 personas están deslizando sus dedos por Instagram y enviamos casi 60 millones de Whatapps… ah! y por cierto, estas plataformas pertenecen todas a la misma persona: Mark Zuckerberg, quien ha dejado entrever sus planes de unir los tres servicios, lo que crearía la red de mensajería más grande del mundo, con unos 5000 millones de usuarios (solo por recordar, hay 7700 millones de personas en todo el planeta). De hecho, hace poco las Apps de Instagram y Whatsapp incluyeron un “sutil” aviso de “From Facebook”. Entonces ¿Quién es el amo y señor de nuestra vida digital?
Pero hay otro actor: durante un minuto también visualizamos 4.700.000 vídeos en Youtube y buscamos 4.500.000 de veces en Google, sin contar el uso del sistema operativo Android, desarrollado por la compañía y que va a todas partes con el 80% de los usuarios de celular en el mundo. Todos, servicios propiedad del sensei de la redt: Google.
Y todo esto lo hacemos en las mismas 24 horas que hemos tenido desde lo tiempos más remotos de la humanidad y que seguiremos teniendo, a menos de que algo, detenga el acelerado ritmo al que nos subimos y cuyo principal combustible parece ser el internet.
No estamos preparados para competir con algoritmos, computadores, sistemas operativos ni lenguajes de programación, menos aún para alcanzar la belleza, el éxito y la felicidad perenne que parece ser el lenguaje común en los medios digitales. La sobreexigencia en la productividad y los estándares de lo aceptable están llevando a otra pandemia silenciosa: la depresión y los trastornos de salud mental, como el déficit de atención, que es la moneda con la que pagamos aquello que es “gratis” en el ecosistema digital, donde sin ninguna duda, nosotros somos la presa.
Así pues, ya somos muchos los que estamos gritando “paren el mundo, que quiero bajarme”.